Gastó más de $ 950.000.000 para cumplir un capricho que lo persigue desde joven, el detrás de escena de una obra que busca saldar una deuda psicológica del Gobernador.
Alberto Rodríguez Saá, antes de convertirse en el millonario que hoy conocemos a expensas del dinero público, fue un muchacho retraído, con dificultades para superar traumas vinculados a su condición económica, la falta de recursos lo mantenían alejado de los lugares públicos a los que accedían ciertas personalidades.
Para dimensionar el gasto descontrolado solo hace falta saber cada una de las butacas del sector presidencial, ósea el área VIP, costo un poco más de un millón de pesos cada butaca.
Es así que siempre quiso recuperar para sí mismo el teatro Club Social, lugar al que jamás tuvo acceso y hoy puede inaugurar a costas de una provincia sumida en la pobreza en la que el 70% de los niños, niñas y adolescentes no pueden cubrir la canasta mínima de alimentos.
El teatro, como arte escénico, ocupó desde hace décadas el pensamiento de Rodríguez Saá. Intentó años atrás saldar su deuda como actor y nunca lo logró, es más, cuentan que el productor Diego Sosa regalaba entradas en la puerta de los teatros en los que se presentaba el mandatario para evitar que la sala vacía golpeara fuertemente el ego siempre maltrecho de su jefe.
Este viernes, Rodríguez Saá saldó su deuda histórica personal, una especie de revancha en una psicología compleja y perversa. El Teatro Club Social no tendrá en lo inmediato obras ni actores, será un edificio sin el alma de la cultura. Otra puesta en escena de una persona que vive una realidad paralela.