La curiosa historia de los franceses que se pelean por un "reino" mapuche

Como si estuviéramos en el Medioevo, se acaba de elegir en París al nuevo rey de la Araucanía y la Patagonia: es un francés de Toulouse. Pero tiene un enemigo más joven que reclama el mismo trono.

Es una historia tragicómica, donde hay monarcas que combaten por un trono de un reino sin tierras, y, en el medio de todo, la lucha del pueblo mapuche por justicia. Y esta historia, que se desarrolla desde hace 150 años, escribió un nuevo acto el pasado 24 marzo en una pequeña sala de eventos en París.

En un rincón, el consejero Klaus Peter Pohland se esforzaba por subir el volumen de una computadora portátil. Sólo cuando Pohland se puso en el medio de la sala, notebook en mano, el resto de los comensales dejaron de hablar al darse cuenta de que la vieja grabación que débilmente se hacía escuchar no era ni más ni menos que el Himno del Reino de la Araucanía y la Patagonia. La ceremonia había comenzado.

“El Consejo de Regencia ha examinado las candidaturas”, leyó Daniel Werba, presidente del Consejo y duque de Santa Cruz. “El porvenir del reino está entre las manos de Federico Luz, quién será el octavo príncipe de la Araucaníay la Patagonia.” Las treinta personas presentesaplaudieron. Inspirados por el protocolo y la performance, dos de ellos gritaron “¡Viva el Rey!”.

Así comenzaba el reinado de Federico I, originario de Toulouse, heraldista de profesión, y que con sólo 53 años tendrá un largo mandato a la cabeza del Reino de la Araucanía y la Patagonia, si la esperanza de vida que ofrece el sistema francés lo permite. O si pierde el trono.

A sólo algunas estaciones de metro, no muy lejos de la sala, el joven Estanislao Parvulesco decía que “nunca habrá dos monarcas. Hay un príncipe, y hay un usurpador”. Porque el muchacho, que se hace llamar Su Alteza Real Estanislao I, reclama el trono patagónico para él. Federico, nombrado por el Consejo –digamos– oficial, y Estanislao, aclamado por un grupúsculo disidente, reclaman el trono creado en 1860.

Fue ese año que Antoine de Tounens, un abogado francés en Périgueux, pequeña ciudad al suroeste del país, fundó el reino que abarca prácticamente todo el extremo sur chileno y argentino. El sueño de monarca fue efímero, porque dos años más tarde Antoine fue arrestado por las fuerzas chilenas y reenviado a Francia. El fallido soberano haría dos nuevos viajes para recuperar su reino, ambos en vano. Falleció en 1878 a casi 12.000 kilómetros de sus pretendidos dominios.

Su sueño no se esfumó con él. Despojados de sus tierras, el reino rige desde el exilio, o sea Francia, ahora bajo el mando de Federico, que reemplaza a Jean-Michel Parasiliti, quien el pasado diciembre dejó el puesto “para entrar en la inmortalidad”.

Antoine empeñó su vida para consolidar el reino, y en el poco tiempo libre, buscó una dama para que le diera descendencia. Como tantos, no logró ninguna de las dos cosas. La sucesión del trono fue desde entonces una cronología caótica hasta que se reformó la constitución del reino. Los monarcas ahora son elegidos por el Consejo.

La primera elección, trajo consigo el cisma. En 2014, a la muerte del príncipe Felipe I, luego de 63 años de reinado, el Consejo nombró a Jean-Michel Parasiliti como sucesor. Esto frustró las veleidades monárquicas de un aficionado del reino que quería el puesto.

El despechado, junto con algunos disidentes, aclamaron al joven Estanislao, entonces de 20 años, como nuevo soberano y estableció un gobierno paralelo al Consejo. Desde entonces, el reino, que no controla ningún territorio, tiene dos monarcas.

“Para esta elección recibimos ocho candidaturas”, dice Domingo Paine, un mapuche chileno que vive en Suecia desde hace 40 años y es miembro del Consejo. Todos los candidatos eran hombres, incluyendo a un descendiente de Napoleón III que estila el mismo bigote que su ancestro. Ninguno de los aspirantes era mapuche. Un paisaje de hombres blancos que se repite con los 15 miembros del Consejo, a excepción de Paine y Reynaldo Mariqueo, también mapuche chileno y residente en Inglaterra. Sin embargo, entre medallas, títulos, uniformes y ceremonias, los dos pretendientes al trono pretenden ser también la voz de la causa mapuche, especialmente, en el ámbito internacional.

“Quiero que me recuerden como que hice avanzar la causa mapuche con acciones concretas”, dice Federico I. Pero en la sala, los mapuche se pueden contar con los dedos de la mano: cinco.

Por su parte, Estanislao afirma: “Quiero ser un intermediario entre los gobiernos y los indios”. Las vacías arcas obligan a Su Majestad a vivir todavía con sus abuelos. La entrevista se hace en un pequeño departamento parisino de dos ambientes que le prestó para la ocasión un primo lejano. De una bolsa de supermercado, Estanislao saca los sellos reales y nombra al pariente miembro ipso facto del Consejo Real, a modo de agradecimiento. Tampoco hay mapuches en la reunión y a pesar de eso espera reunirse con la presidenta Michelle Bachelet, encuentro que decide cambiar cuando le advierten que ya no es la mandataria chilena. Igual que su rival, y con la casi totalidad de las autoridades del reino, Estanislao I no habla ni castellano ni mapudungún y, como los otros, nunca pisó el territorio que reivindica.

Ego y ambición. Desde el nacimiento del reino y hasta la fecha, los monarcas y sus seguidores fueron objeto de burla y, en el mejor de los casos, considerados como locos. La excentricidad de algunos de ellos, la mayoría, hace difícil no dejarse llevar por esta tentación.“Para interesarse en esta historia hay que ser un poco raro”, dice Jean Francois Gayrette al referirse a los seguidores de Antoine hasta el día de hoy.

Cuando Antoine fue devuelto a Francia por la fuerza, pasaba largos ratos con el grupo de artistas conocido como Villanos Buenoshombres, entre los que estaba Arthur Rimbaud, Paul Verlaine y Antoine Hyppolite Cross, quien sería el tercer monarca. Gayrette, historiador amateur, es autor de El sueño del brujo, quizás uno de los trabajos más meticulosos que narra la historia del reino en dos tomos de 1.400 páginas. Gayrette investigó durante 10 años la vida de Antoine, interesado porque vive en la región que vio nacer y morir al francés.

“Antoine no estaba loco, tenía un ego muy grande, pero los documentos que encontré muestran que decía la verdad sobre la creación de su reino”, dice Gayrette, frente a la tumba del primer soberano patagónico en Tortoirac.

“El episodio de Antoine de Tounens no fue anecdótico sino la búsqueda de los líderes mapuche de la época de apoyo internacional ante una invasión que se preparaba –dice Pedro Cayuqueo, autor de la Historia secreta mapuche–. Hay antecedentes históricos para una reivindicación. El punto es cómo utilizás esos elementos de la historia para reivindicar derechos actuales. Los maoríes lograron que el Tratado de Waitangi de 1840 fuera, a partir de los años ‘70, la piedra angular de una nueva relación con el estado neozelandés. Entonces podría ser posible que la constitución monárquica de Antoine de 1860 pueda ser utilizada por nosotros como argumento histórico.” Quizás con eso en mente, el consejero del reino, Domingo Paine, interrumpió la cena en honor al nuevo príncipe para pedir que la Casa Real cree una comisión que estudie los tratados firmados entre el pueblo mapuche y los Estados de Chile y Argentina. Como Paine no habla francés, y la mayoría del reino no comprende el castellano, pocos fueron los que entendieron el pedido de reparación y compensación de Paine, si no fuera porque este periodista ofició de traductor.

“Chile y Argentina les sacaron las tierras. Se consideran como un país invadido. El reino les da una legitimidad”, dice el consejero Klaus Peter Pohland, que es a su vez director de la ONG Auspice Stella, cuya misión es defender la causa mapuche. La organización logró obtener en 2013 estatus consultativo ante la ONU y actúa así como portavoz mapuche ante el organismo en Ginebra. “No me puedo presentar ante la ONU como un gobierno en el exilio”, aclara Pohland.

“Ayudaremos a los mapuche a testimoniar en las instancias internacionales, pagar sus abogados cuando son condenados por razones injustas, algo que ocurre seguido”, dice Federico I. Estanislao y su séquito dirigen la ONG Capiac, con la misma misión que sus rivales, y en trámite para obtener el estatus ante la ONU. “Espero que algún día Auspice Stella vuelva a nuestro seno y que haya un solo gran reino”, dice el joven monarca. “Veremos quien tiene el aliento más largo”, desafía Pohland.

“Los otros están envejeciendo –dice Estanislao–. Yo tengo todo el tiempo por delante. Toda la juventud para mí. El tiempo definirá quién es el verdadero y quién el falso.” “Toda casa real termina en homicidios y envenenamientos –dice Cayuqueo–. Es una especie de Game of Thrones versión mapuche.” Como en una ficción donde el telón nunca baja, nadie abandona jamás su personaje. Se aferran al guión, como Antoine se aferró a su sueño de volver a reinar en América del Sur. Salvo en un punto. Tanto Estanislao I como Federico I admiten que el reino no se establecerá.

El pueblo mapuche, que se organiza desde hace siglos, bajo miles de comunidades independientes, y que le permitió sobrevivir a la avanzada inca y española, difícilmente acepte ponerse bajo la sombra de un líder. “No habrá jamás un reino”, dice Pohland en uno de los pocos momentos que la realidad externa penetra en la sala. “No somos separatistas. Queremos la autonomía dentro de Chile y Argentina. Que nos reconozcan como pueblo”, agrega Paine.

¿Y entonces para qué seguir nombrando reyes, duques y entregar medallas? “Para mantener viva la memoria de Antoine y este reino en el exilio que es una formidable aventura”, dice Federico I.

“Hay que dejar de pensar como blancos –dice Gayrette, mientras se aleja de la tumba de Antoine–. El principal actor de esta historia es el pueblo mapuche y su lucha para obtener la autonomía”.

Antes de salir del cementerio de Tortoirac se detiene ante el cartel oxidado que indica la tumba del Rey de Araucanía. Sonríe cuando nota que alguien rayó sobre el metal la frase “marichiweu”, que en mapudungún significa “Diez veces venceremos”.

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