El año que la Pandemia desnudó el final de Rodríguez Saá

La dinastía de poder construida al cabo de 40 años se deshilacha y deja los retazos de corrupción y pobreza diseminados por todos los rincones de la provincia. El final es inevitable.

La pandemia puso al mundo frente a sus propias falencias y lo obligó a lidiar con sus miserias, en el caso de la familia gobernante no pudo y no supo salir de ellas. Ni todo el poder acumulado, a fuerza de látigo y billetera, pudo doblegar sus propios demonios, esos que durante décadas los empujaron a construir desde la perversión un castillo opulento, pero sin cimientos necesarios para pasar a la historia, el modelo Rodríguez Saá es apenas el estropajo de lo que en algún momento quiso mostrar, un maquillaje que empalidece y que muestra su verdadera cara. Hoy, la desesperación es acumular y sobrevivir.

Corría el mes de marzo cuando el Gobernador llevaba muy pocos meses de asumir un nuevo mandato con apenas el 40% apoyo popular, la pandemia se instaló en el país y mientras las restricciones estaban en su mayor nivel la imagen de emperador Alberto parecía sostenerlo y llevarlo a niveles de popularidad perdidos. El paso de los meses, las persecuciones a quienes infringían las normas impuestas por la autoridad, la exposición y castigo público de los ciudadanos “comunes” rápidamente constataron con la vara para medir las mismas infracciones que producían funcionarios amigos del poder; es así que los allegados al Gobernador gozaban de privilegios que el resto de los mortales no tenían. Es más, ni él ni sus funcionarios padecieron la merma de sus ingresos ya que recibieron los aumentos anunciados y jamás redujeron sus salarios, ni siquiera, como muestra de solidaridad frente a la situación social que se agravó.

Precisamente, la Provincia elevó sus niveles de pobrezas convirtiéndose en el triste récord nacional y superando a sus distritos vecinos que antes supieron mirar con reconocimiento los índices positivos que ostentaba la hoy pobre San Luis. Niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos mayores se ubicar debajo de los números que marcan el poder adquisitivo que no puede dar batalla a una inflación que galopa sin pausa, a la falta de trabajo y la corrupción del gobierno local.

Mientras los sectores más vulnerables de la sociedad enfrentan el nuevo escenario de pobreza, Rodríguez Saá siguió adelante con sus Gastos Reservados, un agujero negro en el que caen los recursos provinciales. El Gobernador dispone por día lo que un trabajador común percibe en un año.

El paso de los meses fue de la mano con la caída de popularidad del mandatario, mientras los castigos públicos dejaban de surtir efecto, el salario se deprimía y la inacción de gestión se hicieron más marcados, nunca el Gobernador pudo dar respuestas a las necesidades de un pueblo que ya no duda de quien ejerce el poder. San Luis pasó del “roban pero hacen” a reconocer que ahora sólo se dedican a robar.

Sin sucesión, ya que no supo construir un liderazgo moderno y con sensibilidad y conocimientos suficientes para lidiar con los nuevos escenarios que el mundo diseña, Alberto se enfrenta al peor final, el menos pensado pero el más anunciado. Nadie en su sano juicio podría creer que este ensayo de laboratorio nutrido de pobreza, corrupción y sometimiento podía tener un final distinto.

Los harapos del modelo se ven por todas partes, funcionarios sin peso propio, serviles obedientes morraleros que recorren los pasillos de un poder sin alma, sin rumbo y directo al precipicio.

Al tiempo que el poder de cuatro décadas se deshilacha, Alberto entiende que no se puede ir solo, que en su caída buscará arrastras a propios y extraños. Es así que buscará la debilidad de los opositores para tentarlos con migajas, exponerlos y poder obtener algo de oxígeno, el claro ejemplo fue lo sucedido semanas atrás en el Concejo Deliberante de la ciudad de San Luis. Pero a esta altura, más allá de marcar a fuego a quienes hacen el doble juego político, esa estrategia parece el último manotazo para dividir, tan obvio y predecible que no le alcanza para salir de la escasa aprobación de gestión.

Alberto Rodríguez Saá será juzgado por la historia, pasará al olvido, quedará en el ostracismo de la oscuridad bañado con el barro putrefacto de la corrupción. San Luis, su historia y su gente es mucho más grande que estos años de opresión, merece volver a ser el orgullo del centro del país y está a tiempo.

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