El horizonte de Fernández mientras conduce en medio de la tormenta perfecta

El Presidente asumió el control total de la situación, no lo dice pero en su esquema de resultados posibles apunta a una variable que puede sacar al país de la insoportable crisis cíclica. El piloto de la tormenta perfecta tiene en su horizonte un desafío aún mayor.

Hace menos de un año, casi diez meses atrás, Alberto Fernández era un cercano asesor de Cristina Fernández de Kirchner. El país se encaminaba hacia una feroz campaña política. El entonces presidente y sus asesores intentaban, en vano según hemos visto, domar al Dólar. La oposición se debatía entre dos candidatos y la unificación del peronismo parecía imposible. Cristina era la que mayor cantidad de votos aglutinaba pero con un techo que no podría perforar para retornar al poder.

Ni el propio Alberto Fernández pensó en la jugada política de Cristina de proponerle la candidatura a Presidente y ella moverse, apenas, a un costado para ser la Vice. Ni en los mejores sueños político del actual mandatario estaba ese escenario, las “variables cartesianas”, como le gusta analizar, no arrojaban ese resultado.

Finalmente la intensa campaña se extendió a lo largo del año, pero en agosto ya anticipó al nuevo Presidente. En octubre Fernández negociaba con su mentora los nombres del gabinete, hacía equilibrio para que la insistencia mediática no tumbara los acuerdos electorales que tenían también a Sergio Massa, finalmente presidente de la Cámara de Diputados.

Diciembre llegó con la esperanza de muchos y la mirada distante, casi apática, de otros tantos sobre el futuro del país, una vez más la herencia era el tema  central. Ni en las perores pesadillas de Fernández asomaba el terror de una pandemia voraz que golpeara sin piedad al mundo entero y que doblegara económica y políticamente a las potencias mundiales, para que el terror fuera digno de una pieza de ficción Argentina recibió el virus destructor sin cerrar la negociación de la deuda y con el peor panorama económico posible, sin olvidar la famosa “grieta” que divide desde hace años al país.

Para agregarle un condimento más, el arribo de los primeros casos de Coronavirus “sorprendió” a su Ministro de Salud. Fue entonces que apareció Fernández en toda su magnitud, sereno, de palabras fáciles pero con tono decidido,  con determinación política para juntar a la tropa, a propios y extraños, todos detrás del presidente o al menos acompañando sus políticas. El liderazgo asoma de manera indiscutible, logró lo que parecía la mayor utopía del país. La unidad.

Determinó la suspensión de las clases, a los pocos días decretó una cuarentena  (asilamiento social, preventivo y obligatorio), inyectó medidas económicas para contener a los sectores más vulnerables de la sociedad y enarboló la bandera de las prioridades, “entre la salud y la economía elijo la salud”, lo dijo en tono sereno, acompañado de gobernantes de su propio partido y de quienes están en sus antípodas ideológicas. Hasta la corbata elegida, color verde, parece haber sido pensada para comunicar tranquilidad.

Fernández entiende que las variables pensadas de los escenarios posibles  son cada vez las menos pensadas, el tiempo meteórico de los últimos diez meses así se lo demostraron. Ahora bien, le toca el peor lugar pero avizora que de esta terrible situación el país puede salir lo mejor parado posible. Si Argentina logra estabilizar la famosa curva del Coronavirus, si el número de contagiados y muertos no son los que tristemente exhiben las potencias, habrá demostrado a la humanidad toda que un presidente de un país endeudado, sin recursos económicos disponibles, pero con una meta clara de prioridades puede ser el mejor ejemplo. Ese sería el escenario tan soñado para devolver credibilidad y confianza de liderazgo hacia el mundo y también puertas adentro. Podrá saltar la grieta y encontrar un lugar sustentable para crecer.

Alberto es el piloto de la tormenta perfecta, escucha, analiza, toma decisiones y la suerte de 45 millones están en sus manos. Por ahora la fuerza práctica está puesta en no caer en el infierno, el tiempo dirá si el horizonte soñado puede devolver a la Argentina la esperanza tantas veces perdida.

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