Gonzalo Abascal realiza un crudo relato en Clarín sobre la muerte del vecino Merlo luego de intentar cruzar un terraplén montado por orden del Gobernador de San Luis.
A Mario Javier Cortés lo mató una imprudencia con su auto, pero empezó a morir por la insensatez de gobernadores e intendentes que, entre la demagogia y la teatralidad, decidieron que la manera más sofisticada de combatir la pandemia de coronavirus era levantar barricadas y terraplenes que impidieran el paso de los vecinos. Resolución de alta complejidad a la que llegaron luego de vaya a saber qué rústicos análisis.
Mario Javier Cortés, empleado de un supermercado en la villa turística de Merlo, fue aplastado por su auto el viernes, cuando regresaba desde la vecina La Paz, en Córdoba, luego de llevar alimentos a su ex mujer y a sus dos hijos. Acompañado por su pareja intentó cruzar el terraplén levantado por la policía de San Luis sobre la ruta 1, en el límite entre ambas provincias. Una mala maniobra mientras empujaba el vehículo, que se había detenido en lo alto, le costó la vida.
Como otros 700 cordobeses de La Paz, a sólo 16 kilómetros de Merlo, Cortés trabajaba en la villa puntana. La cuarentena lo había mantenido alejado de su familia hasta el fin de semana, que una pequeña flexibilización le permitió llevarle mercadería.
Su muerte provocó la reacción de los vecinos, quienes al día siguiente, en una espontánea rebelión, pretendieron con sus palas abrir el paso que el gobernador Alberto Rodríguez Saá les negó desde el inicio de la cuarentena.
Fue el último episodio de una sucesión que incluyó el fallecimiento de un hombre con un ACV que no pudo ser atendido en el hospital de San Luis, más cercano, y debió ser trasladado 30 kilómetros a otro en Córdoba. Y a vecinos detenidos por cruzar de una provincia a la otra para comprar medicamentos.
¿Será el costo accidental de la cuarentena estricta recomendada por los infectólogos y definida por el Gobierno? ¿O se trata acaso del primitivismo de algunas definiciones alejadas de cualquier sentido común?
Desde el comienzo de la cuarentena el gobernador Alberto Rodríguez Saá mostró su talento para evitar las sutilezas y su vocación por el trazo grueso.
Mantuvo transitables sólo ocho pasos limítrofes provinciales y al resto los interrumpió con montañas de tierra, auténticas trincheras de una guerra que pareció apuntar más al vecino que al coronavirus. No fue todo.
Cientos de habitantes de la provincia debieron dormir hasta tres días en sus autos, detenidos en la ciudad de Justo Daract, sospechosos de portar el virus.
Orgulloso de que su provincia no cuente casos positivos, el mandatario parece decidido a mantener la estadística sin entrar en consideraciones. Incluso si eso significara no permitir un “corredor sanitario” entre Merlo y La Paz. Debió morir Cortés para que ayer habilitara el tránsito de ambulancias entre esas localidades y anuncie la creación de una comisión que analice la situación. Alguien debería decirle que ya es tarde.
Pero Alberto Rodríguez Saá no fue el único dirigente que aprovechó el temor social para sacar a la superficie su tosquedad autoritaria. Alejandro Granados, en Ezeiza, no se puso colorado al separar a su partido de los vecinos con penosos terraplenes tercermundistas. Lo siguieron Mariano Cascallares, en Almirante Brown, Nicolás Mantegazza en San Vicente, Ezequiel Galli en Olavarría, y Camilo Etchevarren en Dolores, entre otros. Oficialistas y opositores se dejaron tentar por la vocación de imponer restricciones absurdas como parte de su estrategia. Deberían tomar nota de que la insensatez también genera víctimas.
https://www.clarin.com/opinion/insensatez-mata_0_iBQoJ6q-2.html