Este jueves el senador Nacional Adolfo Rodríguez Saá le dio el último golpe al oficialismo provincial, se alejó completamente del espacio y Alberto se quedó sólo con sus títeres, los artífices de la pobreza, la inseguridad, el desempleo y la desesperanza.
Después de casi una década de políticas que lograron enterrar a la provincia en el escenario más oscuro de la historia reciente con índices que la ubican entre las peores en el contexto nacional, el proyecto de Alberto Rodríguez Saá quedó aislado. En soledad intenta sostener la candidatura de gobernador de Jorge Fernández y apuntalarla con alguna otra más, personajes minúsculos que prestan sus nombres al titiritero en decadencia y en retirada.
“Se han cumplido todos los plazos establecidos, hemos hecho todos los esfuerzos; nos han cerrado todas las puertas”, dijo Adolfo Rodríguez Saá en la sede de FISAL para dar por terminada cualquier especulación sobre su posible participación dentro del Lema oficialista. Las palabras del hermano mayor aíslan aún más a las pretensiones de Terrazas del Portezuelo y le ponen nombre propio al distanciamiento que resultará imposible de acortar en el mediano plazo, “el único culpable de no lograr la unidad es el Presidente del Congreso del Partido Justicialista”, sentenció el Senador Nacional.
Para el Gobernador existen otros problemas que ponen en jaque la estrategia de continuar con su proyecto en el poder más allá del 10 de diciembre. El desconocimiento de su candidato oficial, pese a los innumerables esfuerzos económicos en millonarias campañas que intentan “visualizar” al Gato Fernández su imagen resulta lejana y esquiva a la mirada de la población. Tampoco aparecen en el radar de candidatos nombres con peso suficiente que logren oxigenar un gobierno que solo se ocupa de negocios a espaldas de la ley.
El titiritero se prepara para su última función, sabe que las butacas del show estarán prácticamente vacías, que el dinero no logrará comprar voluntades suficientes para dar vuelta una realidad que golpea con fuerza sobre una sociedad dispuesta a dejar atrás una forma nefasta de ejercer el poder.