La recuperación de Martín Chaín, el nene de 3 años que se cayó desde un noveno piso mientras jugaba en el balcón de su departamento hace 20 días, no puede ser explicada a través de la ciencia ni del sentido común. Únicamente -opinan todos- “puede haber sido un milagro”. Es que, a sólo tres semanas del terrible accidente que lo dejó al borde de la muerte, el chiquito fue dado de alta y ya juega con autitos en el living de la casa de su abuelo, como si nada le hubiera pasado y sin presentar secuelas a largo plazo.
“Yo estaba trabajando cuando me llegó un mensaje de voz de Máximo, mi marido. Estaba a los gritos. Me decía que Martín se había caído del balcón”, le dijo a Clarín Florencia, que es empleada bancaria y tiene 22 años. Sentada en el living de la casa de sus padres, adonde por ahora está durmiendo (dice que no piensa volver al departamento donde ocurrió el accidente), la joven repasa los angustiantes hechos ocurridos el pasado miércoles 7 de junio con una tranquilidad que asombra.
Según cuenta, su pareja estaba aquella tarde en la cocina del departamento, ubicado en el noveno piso de la avenida Mate de Luna al 2000. Preparaba algo para comer cuando Martín fue solo hasta el balcón y, jugando, se trepó a la baranda. Nadie sabe con exactitud lo que ocurrió después, pero el menor terminó cayendo casi 30 metros a un patio interno del edificio, sin que nada en el medio amortiguara el golpe.Una caída libre sin obstáculos.
“Al asomarse, Maxi vio a Piti (así le dicen al nene) boca abajo, tirado sobre un sector de tierra mojada, entre escombros. Y lo vio moverse”, recordó Núñez. Desesperado, el padre bajó a buscarlo y lo llevó al Hospital de Niños de Tucumán, adonde lo atendieron de urgencia. Los médicos no podían creer lo que veían. El nene estaba consciente, lloraba y no presentaba ninguna fractura. La situación, igual, era gravísima: por la caída, Martín había sufrido traumatismos en el abdomen y el cráneo y una importante contusión pulmonar que le generó problemas respiratorios.
Durante semanas estuvo bajo un coma inducido, conectado a un respirador artificial y con sondas de alimentación.
“No sé cómo está vivo. Lo trajo un ángel”, les decían los médicos del hospital tucumano a sus padres, quien pese al sombrío panorama inicial nunca perdieron la fe. “No paramos de rezar y Piti de a poco empezó a mejorar. Un día, mientras le cantaba una canción de la Virgen, finalmente despertó”, agregó Florencia. A partir de aquella tarde, la recuperación no se detuvo.
Primero lo pasaron a terapia intermedia, luego le sacaron el respirador y el último lunes, finalmente, los médicos le dieron el alta. “Sólo presenta algunos problemas para caminar, pero no es algo permanente. Con fisioterapia podrá recuperarse al cien por ciento. Tendrá que seguir con psicólogo y controles físicos durante un tiempo, pero no esperamos que tenga mayores problemas a largo plazo. Es increíble”, le dijo ayer a los enviados de este diario Cristina García de Alabarse, la directora del hospital.
Pese a ser una “mujer de la ciencia”, la doctora tiene problemas para explicar la recuperación de Martín a través de la medicina. “Jamás escuché un caso similar. Es, como mínimo, poco habitual que una persona pueda caer desde semejante altura y presentar tan pocas secuelas. Hay veces que a nosotros, como profesionales, no nos queda otra que ponernos en manos de Dios. Soy católica y creo que los milagros existen. Acá algo hubo”, reflexionó Alabarse.
La sorprendente evolución en el cuadro del chiquito no es el único elemento que les hace creer a sus familiares que hubo una “intervención divina”. “Una nena que compartió con Martín la sala del hospital estaba con problemas cardíacos muy graves. Los doctores les dijeron a sus padres que era inminente que su corazón se parara. Pero rezamos mucho y, de forma totalmente inesperada, se terminó recuperando a la par que mi hijo. De a poco, todos los otros chicos internados también fueron mejorando”, recordó su mamá.
La que es quizás la parte más increíble de la historia, igual, no tiene que ver con la intervención de Dios, la Virgen ni ningún santo. El protagonista es el bisabuelo de Martín, quien falleció poco más de dos meses antes del accidente. “Él tenía devoción por mi hijo. Un día antes de morir, internado, se desesperó y pidió que le llevaran a su bisnieto. Estaba desesperado. Se quería arrancar las sondas que le habían conectado para ir a verlo. Falleció la noche siguiente, en paz. Pasó el tiempo y, una semana antes de que Piti se cayera, tuve un sueño: yo estaba durmiendo en mi cama con mi hijo cuando mi abuelo se apareció en la cocina, bajo una luz. Me dijo: ‘Cerrá el balcón que es peligroso y Martín se puede caer. Igual, quedate tranquila que no le va a pasar nada. Yo lo voy a cuidar’”.