Claudio Poggi y Adolfo Rodríguez Saá encargan la figura de dos líderes muy distintos, uno prioriza el conjunto por sobre la individualidad y el otro marca claramente lo contrario.
Las elecciones dejaron, entre otras muchas otras cosas para analizar, la manera en la que se manejaron en la victoria y en la derrota los dos protagonistas excluyentes de la política provincial.
El 13 de agosto, las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), dieron una amplia diferencia a Claudio Poggi por sobre la figura de su principal contrincante Adolfo Rodríguez Saá. Poco más de dos meses después el resultado fue el opuesto, salvo que en lugar de casi 20 puntos de diferencia el actual Senador Nacional Rodríguez Saá consiguió 13 puntos porcentuales a su favor.
Esas dos situaciones dejaron en evidencia las personalidades de cada uno de los contrincantes. Si nos retrotraemos a las primeras horas posteriores a la elección de agosto habremos de encontrar dos discursos bien distintos que marcaron a fuego el liderazgo que ejercen. Claudio Poggi apostó al equipo, un conjunto de colaboradores dispuestos a trabajar para un objetivo concreto, más allá del resultado había una meta y un camino consensuado, llamó a la unidad y a “sumar”, lo que a las claras hace, según la psicología el “líder positivo”.
No sólo eso, Poggi mantuvo la calma y evitó aires triunfalistas, adulaciones y esquivó sistemáticamente a los “amigos del campeón” aun cuando había acertado un golpe de Nocaut, según lo definieron Adolfo y Alberto.
En la vereda de enfrente se paró Adolfo, eligió otro camino. Nunca reconoció el resultado de esas elecciones y se fue casi inmediatamente a EE UU junto a su esposa, desde el país del norte llamó a “limpiar traidores” y emprendió una campaña personalista, evitó a los equipos y se encerró en su figura desplazando a todos los candidatos que lo acompañaron. Se sirvió de las huestes del Estado para repartir prebendas y dirigió a una orquesta de amenazadores que filtraban audios para infundir miedo.
El pasado 22 de octubre las urnas mostraron una imagen opuesta a la que habían expresado semas antes, Rodríguez Saá se erigía como el triunfador y dejaba el lugar de la derrota a Claudio Poggi. Otra vez los dos exponentes del liderazgo en la provincia enfrentaban a la sociedad con números diferentes a los que habían obtenido. Una vez más primó una forma muy distinta de comunicar lo que había pasado.
Adolfo se atrincheró en la sede del partido que maneja a discreción desde hace más de tres décadas, se mostró con su hermano para dar la imagen de ser los únicos ganadores, está vez el mayor de los hermanos habló de la victoria conseguida y acrecentó el personalismo del triunfo. Nadie más que ellos dos eran los artífices del resultado, los métodos no importaron.
Una vez más Poggi dio signos de su liderazgo, reconoció el resultado adverso, llamó a consolidar lo construido y a mirar el futuro en el discurso que dio en la sede de Avanzar. En las últimas horas, y después de analizar lo sucedido, agradeció a los que acompañaron con el voto y dijo que “comprendía” a quienes cambiaron su voto de una elección a la otra, convocó a mirar el futuro en unidad.
Un año atrás el psicólogo Bernardo Stamateas escribía una columna en el Diario La Nación y marcaba profundas diferencias de liderazgo, allí definía a dos tipos de líderes, el “líder” propiamente dicho, el positivo, y al “caudillo”, el negativo. Además, daba pautas para reconocer a uno y a otro. Es indispensable en este momento recordar esas diferencias para ratificar lo expuesto anteriormente:
Diferencias entre líder y caudillo
El caudillo:
Su único objetivo es él mismo.
Planifica en el ahora, no ve más allá.
Se siente eterno y omnipotente.
Su herramienta es dar y tomar.
Tiene adherentes y se mueve con el temor y el premio.
Cuando él se va, la gente se va a otro grupo y la tarea se cae.
Cuando él no está, deja a alguien de su confianza o permite que los demás se peleen entre ellos.
Compite porque para él es “todo o nada”.
Ofrece un botín que puede ser material o simbólico (estatus, poder, etc.).
El líder:
Su objetivo es el crecimiento del grupo.
Planifica en el ahora pero también ve más allá.
Sabe que tiene principio y fin.
Su herramienta es educar: enseña a otros a liberar su potencial.
Tiene equipo y trabaja con las capacidades propias y ajenas.
Cuando él se va, todo sigue funcionando a la perfección porque formó otros líderes.
Cuando él no está, un líder formado se ocupa de la tarea.
Comparte porque sabe que a veces se gana y a veces se pierde.
Ofrece un sueño, un proyecto, un futuro.
Quienes siguen al caudillo no son engañados, como uno podría pensar, sino que lo buscan por conveniencia, por alguno de estos tres motivos:
Por el botín que les ofrece.
Por el temor de ser castigados.
Por la seguridad que les brinda (falsa).
A pesar de que el liderazgo se trata de un servicio a los demás, muchos recurren al maltrato en la primera oportunidad que tienen. ¿La razón? Porque estamos inmersos en 200 años de historia influenciada por caudillos con un gran carisma que seducen a su gente, y esa es la manera en que aprendimos a dirigir y a ser dirigidos. Pero cada uno de nosotros nació con la capacidad de liderarse a sí mismo, de liderar a otros y de multiplicar su liderazgo.