La eliminación de las retenciones anunciada ayer y sobre todo la quita del 5% a las que gravan las exportaciones de soja debe ser seguida, tan pronto como sea posible, por la pata que le falta: el mercado con tipo de cambio único y libre o, dicho sin vueltas, el valor del dólar que surja de ese mercado.
Es que una vez que conozcan el tipo de cambio efectivo que tendrán –precio del dólar menos nuevas retenciones– las cerealeras empezarán a liquidar en firme las ventas que aun no concretaron a la espera, justamente, de las definiciones del Gobierno. Puesto en plata, rendir US$ 330 millones diarios sobre un paquete que rondaría 3.200 millones.
Un dato permite entender mejor qué está en juego. La semana pasada las exportaciones de soja apenas sumaron US$ 72 millones, mientras que los 330 millones diarios comprometidos representarán US$ 1.650 millones semanales. Eso habla de la magnitud de las ventas que han estado reteniéndose.
Y el aumento del tipo de cambio efectivo hablará de la movida. Hasta el último viernes con un dólar oficial a casi 10 pesos y retenciones del 35%, la paridad real daba $ 6,50.
Con un impuesto ahora algo más bajo y suponiendo un nuevo dólar cercano a 14 pesos, recibirán una devaluación del orden del 40%.
Dentro del Gobierno dividen la eliminación de las retenciones al maíz, al trigo y la carne y a la baja para las de la soja en dos niveles. Uno, el coyuntural, pasa nada menos que por la necesidad de divisas. Y el otro, al que definen estructural, apuesta a aumentar la productividad del campo y consiguientemente la producción del campo.
Repiqueteen también con que los anuncios cumplen una promesa de Mauricio Macri y apuntan a incrementar la siembra para la próxima cosecha y a estimular la cría de ganado.
Por lo demás, un demás por cierto fundamental, falta muy poco para que termine de armarse la pata del tipo de cambio único, aunque la consigna es siempre la misma: no apresurarse hasta tener el paquete completo. “No nos pidan que en doce horas construyamos lo que ha sido destruido en doce años”, dicen fuentes del gobierno.
El paquete completo se llama obviamente dólares que engrosen las reservas y le permitan al Banco Central intervenir cuando lo considere conveniente: comprar abajo para sumar divisas y vender arriba para contener el precio. Está claro que cuanto mayor sea la caja de dólares disponibles mayor será el poder de fuego del BCRA.
Ya bien conocida, una pieza clave de la estructura saldrá de un crédito puente de la banca internacional que oscila entre US$ 5.000 millones y US$ 7.000 millones. Estaría prácticamente arreglado y sólo resta cerrar algunos resquicios que lo pongan a cubierto de los fallos del juez Thomas Griesa, como dejar definitivamente aclarada la inmunidad soberana del Central.
Hay más en danza y, dentro de ese más, negociaciones con el Banco Popular de China de modo de poder convertir parte de los yuanes que ha prestado a la Argentina, o los que vaya a prestar, en dólares contantes y sonantes. O sea, que no se trate de papeles intocables.
En este menú no entra algo que en realidad nunca estuvo: una línea financiera de la Reserva Federal de Estados Unidos. Existe, eso sí, apoyo del gobierno norteamericano a operaciones de desembolso rápido del Banco Mundial y del BID, donde la posición de EE.UU. pesa fuerte.
¿Y qué pasará con el cepo? Se entiende, el cepo que cuenta de verdad, el que traba importaciones y otras salidas de divisas.
Seguro que no será levantado de inmediato y que lo irán aflojando a medida que crezca la oferta de dólares; desde el comienzo, para compra de insumos esenciales en el proceso productivo.
Existe un par de precisiones adicionales que tocan directo a la gente o por lo menos a algunas personas.
Cuando haya tipo de cambio único y libre desaparecerá el impuesto del 35% a los gastos con tarjeta de crédito en el exterior. Se regirán por la cotización que el dólar tenga en cada momento, aunque de arranque no será muy diferente a la que hoy surge de incorporar el 35%.
Se supone, de todos modos, que a quienes hayan comprado bajo el actual sistema les descontarán el 35% del pago de Ganancias o de Bienes Personales.
En la misma línea también luce previsible el fin del dólar ahorro. Las compras se harían al tipo de cambio libre, como cualquier transacción financiera o comercial.
Fuera de todo eso, el Gobierno deberá hacer un gran esfuerzo de comunicación para que sus decisiones sean leídas dentro del contexto en que están, como parte de la herencia que dejaron las políticas kirchneristas.
Para empezar, el notorio desacople entre el precio del dólar y los restantes precios de la economía que fue convirtiéndose en un retraso cambiario para la mayor parte de los analistas ya insostenible. Según informes privados, la paridad real quedó al mismo nivel que durante los últimos años de la convertibilidad y solo existió un registro peor en la tablita de Martínez de Hoz.
Uno de los efectos de este proceso salta en la pérdida de competitividad de las exportaciones, incluidas aquellas donde el país tiene ventajas comparativas. Las ventas al exterior acumulan nada menos que 26 meses de caídas ininterrumpidas.
Lo mismo puede ser visto a través del desplome del superávit comercial. Aún con el cepo a las importaciones, los cálculos para este año lo reducen a US$ 1.400 millones, esto es, 10.600 millones de dólares menos que 2012 y el punto más bajo de toda la era K.
Esa es la famosa restricción externa que ni Cristina Kirchner ni Axel Kicillof supieron prevenir o peor, que contribuyeron a agravar con sus desaciertos. Si hacen falta pruebas, ahí está el Banco Central poco menos que seco de reservas o directamente seco de reservas disponibles y la montaña de deudas en pesos que amasó.
Pero así todo y bastante más sea cierto, la cuestión es que el Presidente cosechará por sus aciertos e irán a su cuenta los errores. Como diría cualquier analista, deberá buscar que en ese inevitable juego de pesos y contrapesos los saldos le vayan dando a favor.