Al cielo jujeño en bicicleta

El territorio que abarca la Puna jujeña es desolado, sólo algunos pequeños caseríos dispersos pueblan esa inmensidad que miles de años atrás ocuparon culturas aborígenes. Las comunidades originarias dejaron costumbres que se mantienen en la actualidad.

La puna jujeña es una meseta de altura por encima de los 3.200 metros sobre el nivel del mar y donde impera un clima muy variable. Esas características adversas no fueron obstáculo para el grupo de ciclistas que trazamos un circuito de pedaleo por el límite norte de la región.

Recorrer la Puna lleva a preguntarse cómo se puede vivir en tierras de riguroso clima y escasos recursos. La respuesta la dan los pobladores que con grandes esfuerzos desarrollan una agricultura con acento en la producción de maíz, habas y papas, y la complementan con la cría de llamas y ovejas.

Antes de enfrentar la altura decidimos pasar la noche en Maimará, poblado de la Quebrada de Humahuaca cercano a Tilcara, a 2.400 metros, para descansar a una altura intermedia.

La decisión fue estratégica porque nos aclimató a la marcada falta de oxígeno que impera en las alturas por la disminución de la presión atmosférica.

Por la mañana partimos hacia La Quiaca, ubicada a 3.400 metros de altura. La ciudad fronteriza con Bolivia tiene un gran mercado en terrenos del exferrocarril. Cientos de personas compraban y vendían alimentos y textiles traídos de pueblos vecinos e incluso de Bolivia.

Mesas con venta de indumentarias comparten el espacio con tablones donde se corta carne y más allá, electrónica y santería. Todo en una suerte de caos de colores y aromas. Nadie protesta, todo funciona, la gente camina con enormes bolsas dispuestas para la compraventa.

Caminamos, entre carpas y laberínticos pasillos llenos de mercadería, en búsqueda de alimentos para los días programados para viajar. La compra llevó más tiempo del previsto porque rige el regateo.

Ya con los productos necesarios y hechas las consultas con la Policía local sobre el estado de los caminos, partimos por la ruta nacional 40 hacia el oeste rumbo a Cieneguilla.

El camino se interna de manera paulatina en la Puna, a través de un gran desnivel. Atrás, observamos la ciudad de La Quiaca, en una hoya. El viento a favor nos animó a seguir y conforme se avanzaba llegaban oleadas de puya-puya, tola y coa, arbustos típicos de la región.

Con la emoción de pedalear nuevos caminos, los kilómetros pasaron hasta que un solitario cartel sobre la ruta anunció la llegada a Tafna. Hacia la derecha a unos 200 metros, el perfil de una iglesia perdida entre los cerros, un conjunto de casas y el cementerio.

La frontera con Bolivia está a metros del caserío y un grupo de niños salieron de sus casas y corrían al lado de las bicicletas como si a 3.500 metros de altura el oxígeno abundara.

La iglesia mira al este y da la espalda a la ruta y a la plaza. Tiene dos torres y un patio cerrado al frente con un arco como portal de ingreso. Construida en adobe revocado con barro y techos de madera y pasto Puna, data de principios del siglo XVIII. Dicen que en su interior tiene pinturas de la escuela cuzqueña pero no pudimos ingresar.

De nuevo en la ruta llenamos los pulmones de aire para encarar la Cuesta de Taquero, un zigzag que en pocos kilómetros trepa a 3.750 metros.

El esfuerzo es premiado con una magnífica vista de dos valles, uno al este y el otro al oeste.

Desde la cumbre divisamos a la distancia una arboleda que preanuncia Cieneguillas y hacia allí bajamos a toda velocidad.

La pequeña población de 300 habitantes está ubicada en el estratégico cruce de la ruta nacional 40 y la provincial 87.

Allí se asienta un importante cuartel de Gendarmería y la comunidad está organizada en la producción de lana de llama y oveja con la que realizan tejidos.

Tras la breve visita continuamos la marcha hacia el norte por la ruta 87, enfrentados a un fuerte viento en contra. Atravesamos un sector enmarcado por dos cordones montañosos, norte-sur, y una pampa donde pastaba ganado guiado por pastores.

Al final de la ruta un ingreso de piedra anuncia “Casira Pueblo Alfarero”. Atrás, un enorme valle con altas barrancas de arcilla, y abajo, la arboleda que rodea al caserío.

La ruta desciende unos kilómetros por un paisaje lunar, sólo arcilla y arena, y a continuación un laberinto de casas, donde prima el adobe.

Lo primero que se encuentra es el cementerio, luego, diversos hornos para cocer cerámica y una plazoleta alegórica al oficio del alfarero, donde se han mezclado distintos tipos de vasijas con cactus y rocas. La iglesia se distingue por su cúpula blanca en el monótono color marrón.

Una puerta entreabierta nos condujo a una sala llena de piezas de cerámica cuya producción está destinada a mayoristas de Córdoba y Buenos Aires. Nubes negras, truenos y un viento muy frío apuró los saludos para buscar un lugar de acampe.

La urgencia nos obligó a usar el vehículo de apoyo y volver a Cieneguillas, pueblo más grande. Allí la Comuna tiene una hostería pero en esa ocasión estaba ocupada por el Ejército.

Lo único disponible fue el espacio de la cabina telefónica donde armamos la carpa. Pronto una temperatura cercana a cero grado y una constante lluvia arrulló el descanso del grupo.

Cuándo ir. Se puede visitar en todo el año aunque entre diciembre y abril se registra la temporada de lluvias donde se producen anegamientos y cortes de caminos.

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